7.8.07

Relato de nada, con mucho de ese no se que.

Que lo parió, hubiera dicho un negro si hubiera escuchado que la nada ya no es meramente nada, sino que tomó forma de algo.

No es para menos, si ahora uno puede materializar esas respuestas sin sentido que formulan casi como una receta médica (esa que uno no cuestiona porque no sabe de que Mendieta está uno hablando).

"Como estás, Marcelo? Qué se cuenta?"
"nada".

Antes, al menos yo, me quedaba con un aire a nada, a que el buen Marcelo asesinó fría e impávidamente la conversación con un mortífero "nada". Imagínese que uno viene con todo ese calor amistoso, decidido a brindar conversación y de acompañarse mutuamente en esta vida de pavimentos; y de repente tu ímpetu se ve transformada en esa colilla de cigarro de fumador ambicioso, consumido hasta quemarse el filtro, para luego ser pisoteado por unas suelas de goma laca. Así me sentía yo cuando me nombraban a la nada, a la no existencia.

No señor, nunca más. Ahora que me han dicho la verdad, que me han abierto los ojos, que me han presentado en vivo y en directo, la nada se hizo presente.

Mi compadre, el don de la esquina fue el disgnado a desasnarme. Me llevó pa'l fondo de su galpón sin permitirme chistar y me dijo casi en un susurro: "aquí te presento a la nada". Me metió en un cuarto resignado de la luz natural y me advirtió que esta nada era muy tímida. Por eso mismo que rapidito rapidito apenas pude entrar que ya me estaba apagando toditas las luces.

"Hola?" acerté a pronunciar saliendo de mi mutismo indecoroso.
"Hola" me contestó la nada con mi voz.
"Está usté ahi, nada?".
Un "sí" seco, tajante y muy lejano me pareció escuchar; aunque pudo haberse solapado cuando el señor eco trataba de acompañarme.

Con eso me bastaba. Me sentí feliz. Ya no iba a sentirme acribillado cuando me dieran un "nada" por respuesta. Ya caía yo en el mundo de las personas que saben que la nada es, en realidad, algo.

Me fui sonriente del cuarto, como si el secreto mejor guardado del impenetrable chaqueño se me hubiera sido revelado a mí exclusivamente. Le dije adiós al compadrito, que me miró como quien mira hambriento el fondo de un plato de locro.

Me le crucé justo al don Marcelo, y empotricado como estaba le pregunté sin rodeos como estaba, que qué había pasado de interesante.

"nada" me contestó con tiesas arrugas y semblante ingenuo.

"nada," le repetí yo con sonrisita cómplice, "nada".
Se me desbordaba el alma de alegría. "nada" volví a repetir ya para mis adentros.